EL CAMINO: septembre 2016

La vida, entendiendo el estado de saturación en el que me encontraba, me llevó a vivir la experiencia de una UCI de maneras muy diversas:

- Durante el viaje a Santa Marta, desde el momento mismo de aproximarnos y distinguir la Ciénaga Grande y luego, el mar, y con él, los recuerdos y la sensación de llegar a casa. El corazón, adivinando lo que mis ojos veían, disminuyó la velocidad de sus latidos, ya no necesitaba esforzarse tanto para oxigenarme. El stress, la angustia y otros demonios tuvieron que retirarse con el rabo entre las piernas.

- El calor era agobiante. la ropa parecía pegada con colbón y la sensación de sed parecían ser todo lo contrario a un período de sanación, sin embargo, el cariño de los míos hizo que hasta los mosquitos buscaran mejores presas.

- Los recuerdos de los primeros días tras la muerte de mi papá, sus cosas, su presencia auguraban noches sin sueño. Sin embargo, el sonido de las olas, rítmico, constante, como una presencia amorosa permanente ejerció su poder apaciguador en mis sueños.

- Treinta piscinas diarias, caminatas por la playa y luego largos momentos de contemplación del atardecer, arrullada por el sonido de las olas y la visión de una tribu de alcatraces pescando, montar a caballo, saltar de una roca a un río con aguas heladas que justamente bajaban de la Sierra y muchos momentos felices con los míos,fueron medicinas potentes contra todos mis males. Sin embargo, faltaba algo más.

- Fuí a visitar la UCI en donde mi hermano es jefe y el efecto fue fulminante. La jefe de enfermeras me cedió su puesto y juiciosamente intenté hacerme invisible. A mi lado, los monitores que mostraban el ritmo cardíaco y la presión arterial de enfermos en estado crítico me recordaron, con cada bip, el milagro de estar viva y en estado saludable. Sin embargo, más que los enfermos y su valentía y ansias de seguir viviendo, me sentí profundamente "touchée", afectada, por el comportamiento de mi hermano ( primera vez que lo veía no como mi hermanito sino como el médico), la jefe y las enfermeras de la UCI. Me resulta difícil explicar con palabras la ternura, la dulzura y el inmenso respeto por la dignidad de cada uno de sus enfermos. En ese momento, en perfecto estado de salud física y mental y sin un ser querido en situación crítica, pude mirar la dinámica de los que allí pasan la mayor parte del día, lidiando con el dolor y la muerte. La admiración y el sentimiento que lo que realmente importa estaba ahí, frente a mí.

- El último día en Santa Marta, antes de mi regreso a Bogotá, estaba haciendo fila en un supermercado y olímpicamente, un señor se coló en la fila y sin pedir permiso, se hizo delante de mí con una cerveza para pagar. Asumiendo que sólo era un artículo, lo dejé pasarse sin oponer resistencia. Unos segundos después, le picó el ojo a una señora detrás de mi, y sin la menor vergüenza, comenzaron a pasarse artículos y artículos por encima de mi hombro. Recogí mis cosas y me cambié de cajera, no sin antes expresar lo que había ocurrido al señor de atrás. Yo misma me aterré de la reacción tan pacífica que tuve. Para algunos mi actitud podría parecer de sumisión, para mí, fue un sentimiento de superioridad, yo estaba por encima de las nimiedades de quién paga primero en una caja de supermercado. Al fin y al cabo, yo había pasado 10 días en una UCI y ellos no.

Les adjunto fotos del viaje a Santa Marta