Desde que Santiago, mi hijo, entró al colegio aquí en Colombia, comenzó la preparación para su viaje a Estados Unidos con su clase. Eso quiere decir que esta madre llevaba varios meses preparándose sicológicamente para el momento en que su hijo partiría del nido durante dos semanas. Anticipaba un dolor profundo y una sensación de Soledad indescriptible. Estaba dispuesta a entrenarme a la sensación, sufriendo anticipadamente el momento en que él partiría definitivamente y volaría con sus propias alas. Tengo que aclarar para los que no conocen la historia, que Santiago hemos sido compañeros de aventuras en situaciones en las que sólo nos teníamos el uno al otro para darnos ánimo y continuar caminando.
El día largamente esperado llegó. Y me sucedieron varias cosas en esas dos semanas, todas relacionadas con la temida y no anhelada Soledad.
Alejandro, un amigo, me comentó un día, así como quien no quiere la cosa, que había ido a tomar una cerveza con la mejor compañía del mundo: él. Y Soledad vino a colación, con una connotación positiva. Escarbando en mi memoria, me encontré con la canción de Garou, Seul, cuyo video ya he publicado en algún momento. En ella, el cantante se pregunta si quien no ha experimentado la verdadera Soledad alguna vez en su vida, puede realmente amar. Y , atando cabos, entendí que lo que yo había estado haciendo en ausencia de Santiago no era masoquismo.
Pues sí. Durante esas dos semanas, decidí estar realmente sola. Hubiera podido buscar amigos y familia con quienes pasar los largos fines de semana o con quienes ir a cine. Pero no. Decidí experimentar a Soledad en toda su dimensión. Hablé sola mientras comía. Lloré sola. Tuve momentos de lástima por mí misma. Y al final, cuando creí que no iba a aguantar, vino la paz. Cuando dejé de luchar, cuando dejé de recordar lo que era sentirme acompañada, cuando dejé de pensar en Soledad como una carga, decidí tomar el toro por los cuernos: Fui a cine sola, vi partidos de fútbol sola, incluso decidí cocinar para mí sola platos que, normalmente por lo elaborados, sólo hacía cuando tenía invitados. Decidí aceptar mi compañía como algo valioso y lo que es mejor, comencé a disfrutarla.
Santiago, los que quiero que están lejos o los que están allá arriba, siempre estarán en mi corazón. Su amor me acompaña donde quiera que estén. Y me tengo a mí misma.
Era verdad la frase de Alejandro, mi tocayo y amigo, yo me había convertido en mi mejor compañía y ya no me daría vergüenza asumir a Soledad como una experiencia valiosa. Al contrario. Me hace más consciente del valor de la compañía, de mi valor como persona a la hora de buscar compañía y de qué tipo de persona quiero a mi lado como compañía. Soledad es ahora mi compañera pero es temporal porque yo quiero vivir acompañada.
Finalmente, Santiago regresó. Estuvo feliz. Y yo aprendí una vez más que todo lo que sufrí anticipando a Soledad no sirvió de nada porque la realidad no fue tan escabrosa como la imaginé. Prueba superada.
Aquí van unas fotos tomadas por Santiago, para que viajemos a través de sus ojos, y un video de Franco de Vita y Gilberto Santarrosa con la Canción Te veo venir Soledad. Póngale atención al cuatro, a los violines, al cambio de ritmo, a los matices.