Con una parte de mí aquí y otra allá, el sentimiento es el mismo cada vez que vuelvo de Colombia: Triste por tener que dejar a toda la gente que quiero, contenta por todos los bellos momentos que quedaron grabados en mi corazón. El duelo de un capítulo que se cierra y el entusiasmo de uno nuevo que comienza. Es un patrón que se repite sin cesar.
Hay ciertas imágenes que tienen un impacto más fuerte que otras porque permiten ver la esencia del lugar, del momento vivido.
En Santa Marta:
Dejar la puerta del apartamento de mis papás abierta y ver a los vecinos pasar saludando e incluso entrando a conversar, sin importar la hora; comer pescado y patacón en la playa con tíos y primos y ver a mi sobrino pedir un pescado de verdad, con ojos, boca, cola para él solo; sacar a pasear al perro y conversar con los porteros; ver telenovelas brasileras con mi mamá; jugar fútbol con mi sobrino y discutir sobre los partidos mientras le robo besos que él se limpia impaciente; ver a la muchacha regañando a mi papá; ir donde una amiga y esperar a que mi papá pase a recogerme como cuando era adolescente; nadar y flotar mirando al cielo de día y de noche; sentarse en la playa a ver el atardecer; ver gente de mi pasado; ir a misa con el Padre Santi; dar un pésame; hablar de cine y de música con mis tíos y disfrutar tardes de ayaco, de asado, de mazorcas desgranadas, de cervezas y baile; las ganas constantes de abrazar a mi hermano y protegerlo como si aún fuera un niño; ir a recoger a mi hijo al aeropuerto y verlo llegar como un grande; ver a mis papás agarrarse el uno del otro mientras caminan; jugar rummi Q con amigos de mis papás y hacer bromas como si nos conociéramos de toda la vida; tener un perrito que duerme bajo mi cama y se emociona cuando me ve; pasear por el Camellón de día y por el Parque de los Novios de noche; Desafiar con mi familia el paso del tiempo con bromas y caricaturas para burlarnos de la juventud, de la vejez, de los achaques, del presente y del pasado, de las manías de cada uno. Llorar y reir juntos, cara a cara, sin una pantalla o un teléfono de por medio y con el ruído de las olas como música de fondo.
En Bogotá:
Aprender a usar el Transmilenio y recorrer la ciudad en bus; las conversaciones en el carro, en medio de un trancón; visitar el Museo Nacional y perder la noción del tiempo con las historias que nos cuentan las pinturas de artistas colombianos. Tomar fotos en Usaquén; ir a Crepes & Waffles y a El Corral; Comer sanduches, empanadas, perros calientes, ajiaco, almojábanas y pan de yuca con la familia; noche de vino y quesos con mis primos; ir a Unicentro y tomar onces en Juan Valdéz; Recorrer la ciudad como una turista sabiendo que todo es tan familiar como si nunca me hubiera ido; volver a encontrar la complicidad y el cariño de personas que creía lejanas y que nunca han salido de mi corazón.
Finalmente, no hay tal aquí y allá. Mi tribu, los que quiero, mi país, mis recuerdos, mis sentimientos están en el mismo lugar, en mi corazón. Ese es mi tesoro. No importa la distancia física ni el paso del tiempo. Están ahí, en mí, donde quiera que vaya.
Les adjunto más fotos y una canción de Carlos Vives cantada con Marc Anthony "Cuando nos volvamos a encontrar"
BAHIA DE SANTA MARTA |
MIS PAPAS Y SANTIAGO |
TORRE COLPATRIA AL FONDO |
MUSEO NACIONAL CON TIA MAY |
OBRAS DE BOTERO |
CARRERA 7° CON CALLE 116 |
USAQUEN |
Monserrate |